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Los indignantes perros-bomba soviéticos

Perro antitanque
Que el perro es el mejor amigo del hombre, hoy por hoy es un hecho incontestable. Sus cualidades físicas y su fidelidad sin mácula han hecho del perro el compañero perfecto para todo tipo de actividades humanas, ya siendo como pastor, como guardián o como rescatador. Incluso los romanos ya los valoraban por su fiereza o simplemente por su elegancia y snobismo (ver Cave Canem o la historia de un galgo muy señoritingo). No obstante esta inquebrantable amistad perro-hombre, no es tan claro que sea recíproca, y más si tenemos en cuenta que, en no pocas veces, el hombre los ha utilizado en la guerra como simple carne barata que mandar a recibir tiros en las trincheras. Y que sólo fuera eso. El caso extremo llegó durante la Segunda Guerra Mundial cuando los rusos, desesperados por el avance de los tanques del ejército nazi, no dudaron en enviar un nuevo modelo de arma: los perros antitanque.

Panzer VI en la batalla de Kursk
Cuando en junio de 1941, Hitler decide atacar y proceder a la invasión de la Unión Soviética, las fuerzas del Ejército Rojo son pilladas totalmente in-fraganti. La sorpresa de Stalin por la ruptura unilateral de los tratados de no agresión que tenía con Hitler, le llevó a reaccionar tarde y mal a la agresión nazi, lo que permitió al del bigotillo a aniquilar en el primer y segundo día de la Operación Barbarroja todo el potencial armado que los rusos tenían ubicada en la frontera con Polonia. El avance alemán fue imparable.

En este contexto de caos, desorganización y desesperación soviéticos, en los que nada parecía ser suficiente para parar el avance de los tanques nazis por las estepas ucranianas y rusas (ver El Pesado Gustavo y el Dora, los cañones más monstruosos de la Tierra), se pensó que una de las armas que podían ser utilizadas contra los tanques serían los perros. La situación era insostenible, y un Ejército Rojo en continua retirada buscaba cualquier clavo ardiendo al que agarrarse para volver la tortilla, y el mejor amigo del hombre era uno de ellos.

Esquema de funcionamiento
La idea era truculentamente sencilla: Los perros, cargados con dinamita o minas, se tenían que meter debajo de los tanques alemanes y, una vez debajo -habida cuenta que los bajos eran su parte más débil-, detonar la carga explosiva. El perro quedaría desintegrado pero, al menos, habrían inutilizado el carro de combate nazi. La teoría decía que podía funcionar y se pusieron manos a la obra.

Los perros se venían utilizando en tareas de apoyo en el Ejército Ruso desde 1924, por lo que se empezó a entrenar a cientos de perros para que fueran capaces de transportar explosivos -entre 6 y 12 kilos- en un arnés cargado a las costillas y situarlos debajo de los tanques, pero... ¿cómo hacer que un chucho lleve una carga explosiva bajo un tanque? Sencillo: haciéndole pasar hambre.

Misiones suicidas para el perro
En efecto, los perros estaban encerrados y, tras varios días sin comer, les enseñaban que encontrarían la comida debajo de los tanques. El pobre animal, desesperado y conducido por su olfato, pronto reconocía  que, si querían comer, tenían que meterse debajo de los carros de combate, ya que era el único sitio donde los soldados rusos les dejaban el alimento. Así, de esta forma, y utilizando el método de Pavlov (ver Pavlov, sus perros y los violines de las películas de miedo) los rusos hacían que los perros salieran disparados hacia su objetivo sin retorno. El problema real era hacer detonar la carga.

Mecanismo de detonación
Llevar al can hacia el tanque era relativamente sencillo, pero el explosionar la carga, no lo era tanto. El control remoto de los explosivos, si bien existía, era caro y no estaba disponible en masa, por lo que los soviéticos idearon primero un mecanismo en el que el propio perro se detonaba a si mismo al estirar de un tirador, y luego, al ver que fallaba más que una escopeta de caña, o se le añadía un temporizador o bien se le añadía una especie de palanca que, al tocar los bajos del tanque, detonaba la dinamita o las minas. La idea era buena pero tenía sus inconvenientes.

Los perros, como animales especialmente sensibles, se asustaban mucho de las explosiones y del ruido -no hay más que ver un perro cuando se tiran fuegos artificiales. Ello hizo que los perros fueran entrenados con ruidos de explosiones y batalla, de tal forma que el hambre les inhibiera de su terror a los ruidos fuertes. Todo parecía que tenía que funcionar, pero en el momento de entrar en batalla, la cosa no dio los resultados esperados.

No fueron muy efectivos
En el momento de la verdad, cuando se soltaban los perros frente a los tanques nazis, los perros, acostumbrados a ser entrenados con tanques rusos parados, no reconocían los Panzer alemanes en movimiento. De primeras porque estaban en movimiento pero, de segundas, porque los rusos utilizaban diésel mientras que los alemanes utilizaban gasolina, de tal forma que la diferencia de olor entre unos y otros confundían el fino olfato de los animales. Esta confusión hacía que, o bien no se metieran debajo, o bien caminaran a su lado sin hacer su suicida faena o, lo que era más habitual, que el pobre chucho volviera a su punto de partida, poniendo los pelos como escarpias a los soldados rusos los cuales se apresuraban a abatirlo a tiros antes de que explotara en sus propias lineas. Sea uno o sea otro, el pobre bicho tenía firmada la sentencia.

A pesar de todo estaban asustados
Tal como era de esperar, la eficacia de los perros-bomba era mínima, pero alertó a los alemanes ante la presencia de perros en sus cercanías de tal forma que, por si acaso, no dejaban perro vivo por allí por donde pasaban. Igualmente, ello sirvió a los nazis para desacreditar a los propios rusos, ya que sus aparatos de propaganda difundían que los soviéticos eran tan cobardes que en vez de enviar hombres, enviaban perros. Con todo no todos los perros murieron en vano.

A pesar de que la propaganda soviética, de cara a justificar la escabechina perruna, publicitaba que más de 300 tanques alemanes fueron abatidos de esta forma, la verdad es que no hay constancia fehaciente de todos estos objetivos exitosos. Se tiene noticia que, en el frente de Hlukhiv, 5 tanques alemanes fueron dañados por 6 perros, en el aeropuerto de Stalingrado 13 tanques fueron destruidos por perros y que en la batalla de Kursk, 16 perros acabaron 12 Panzers nazis... y poco más.

No gustaban a los soldados
El uso de los perros antitanque declinó a partir de 1942 dada la ineficacia patente del sistema y de que su uso llegaba a afectar la moral de las tropas, si bien se continuaron entrenando por el gobierno soviético hasta tan tarde como junio de 1996, en que se dejaron de entrenar chuchos como si fueran misiles antitanque con patas. 

El ser humano una y otra vez nos enseña como, con tal se salirse con la suya, no duda en traicionar la confianza de todos y cada uno de los que le rodean, ya sean personas o, como en este caso, animales. La inocente e inquebrantable amistad que nos ha mostrado durante milenios el perro ha llevado al ser humano a utilizarlo a su antojo, sin tener el más mínimo escrúpulo de enviarlo al matadero de la forma más ignominiosa e indigna posible. Ayer fue haciéndolo servir de bomba barata, hoy abandonándolo en medio de una autopista o colgándolo de un árbol porque no corre suficiente. 

Definitivamente, hay amistades que no nos las merecemos.

Un uso infame del mejor amigo del hombre

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