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Napoleón y el redondo negocio de la Luisiana


Cartel bilingüe
Una de las formas de adquirir nuevos territorios por parte de los estados del mundo, ha sido tradicionalmente la conquista a base de sangre y fuego. Enviar un ejército a una zona concreta para, de esta forma, aumentar la zona de influencia y el comercio propios ha sido la forma más fácil de hacerlo, ya que el derramamiento de sangre no se veía como un problema demasiado importante, más que nada porque la que se derramaba no acostumbraba a ser la de los que la ordenaban, claro está (ver El desconocido (y británico) genocidio de aborígenes de Tasmania). Sin embargo, este sistema no ha sido el único y, a parte de las herencias dinásticas, conforme que esta visión medieval ha ido perdiéndose y las potencias mundiales tenían más tierras de las que podían administrar, la compra de territorios se convirtió en una forma lícita de aumentar la superficie de los países. Los Estados Unidos, por ejemplo, compraron Alaska a los rusos, sin embargo posiblemente no conozca que su mayor avance en extensión lo tuvo a base de comprar el territorio de la Luisiana a Napoleón. Más de uno verá en esta venta una "derrota" de Napoleón, pero el de "la mano en la cartera" no daba puntada sin hilo y su acción fue vital para entender la situación geopolítica mundial en la actualidad.

Nueva Orleans tras el Katrina
Si hablamos de Luisiana hoy en día, se nos viene a la mente el pobre estado del sur de los Estados Unidos arrasado por el huracán Katrina en 2005. Esta imagen, fruto de una dolorosa realidad contemporánea (ver Mad max y la Big Easy), no deja de ser más que una ínfima parte de la azarosa historia del vasto territorio llamado Luisiana, un territorio que, más allá del pequeño estado sureño heredero del nombre, comprendía desde la desembocadura del río Mississippi, en el Golfo de México, hasta la mismísima orilla de los Grandes Lagos en Canadá.

Reparto colonial hacia el 1700
Durante el siglo XVII, Francia, Inglaterra y España se habían dedicado a explorar y a tomar en nombre de sus respectivos reyes los territorios del subcontinente norteamericano. Los españoles se dedicaron al sur y la costa del Pacífico, los ingleses a la costa atlántica y los franceses a Terranova y costa atlántica de Canadá, adentrándose tierra adentro desde sus posiciones en la costa y penetrando en proporción de los problemas que les ponían los indígenas en su progresión.

En esta situación, los exploradores franceses bajaron por la orilla de los Grandes Lagos, descubriendo la cuenca del Mississippi y llegando hasta su desembocadura en el Golfo de Mexico. Evidentemente, todo este inmenso territorio fue añadido al imperio francés. De esta forma, Norteamérica pasaba a estar dominada por los españoles en la parte occidental, por los franceses la central y los ingleses la oriental hasta los Apalaches.

En el centro, la Luisiana francesa
No obstante, estos territorios eran de límites muy imprecisos, habida cuenta que la mayoría del subcontinente aún no había sido explorado. Ello produjo que durante los siglos XVII y XVIII, hubieran constantes cambios de fronteras y de titularidad de los territorios en función de los resultados de las guerras que entre estos contendientes se disputaban en suelo europeo. En uno de estos lances, en la Guerra de los Siete Años (1756-1763), Francia perdió en beneficio de Gran Bretaña y España buena parte de sus colonias norteamericanas. Inglaterra se quedó con Canadá y España con la Luisiana, territorio que mantuvo bajo administración española hasta 1800, en que otro cambio de cromos hizo que Francia recuperase secretamente el control de su antigua colonia. Pero en el mismo lapso de tiempo, Inglaterra había perdido sus colonias americanas con la independencia de los Estados Unidos, por lo que un nuevo país había entrado en el escenario colonial de Norteamérica.

Recuerdo de la época española
Napoleón, en su genialidad, había sido capaz de recuperar para Francia la impresionante superficie de más de 2 millones de km2 de su ex-colonia, pero lejos de ser una bendición, más bien era un problema. Un territorio tan grande estaba poblado solamente por unas 35.000 personas, ubicadas en buena parte en los alrededores de Nueva Orleans, en el delta del Mississippi, lo cual significaba que era prácticamente imposible de defender. Napoleón procedió a vendérsela a los recién fundados Estados Unidos de América en 1803 por la "simbólica" cifra de 7 centavos por hectárea, o lo que es lo mismo, por 15 millones de dólares de la época.

Thomas Jefferson
La venta fue muy criticada tanto en Francia como en los propios Estados Unidos. Los primeros por lo que significaba de pérdida territorial y los segundos por el precio que el presidente Jefferson se comprometió a pagar por unos territorios salvajes e indefinidos. A estas quejas se añadieron las de España, ya que esperaba que Francia hiciera de separación entre los territorios españoles de la costa pacífica y la emergente potencia de los Estados Unidos, quedando de esta forma sus territorios a merced del expansionismo estadounidense.

Napoleón Bonaparte
Sin embargo, a Napoleón Bonaparte la venta le salió redonda. Por un lado, se quitaba de encima un territorio incontrolable, obteniendo por ello una sustanciosa cantidad de dinero que invirtió en un ejército que posteriormente sería poco menos que invencible. Por otro lado, al proporcionar semejante territorio a los Estados Unidos, estaba promocionando una temible competencia para el imperio británico al otro lado del Atlántico (los enemigos de mis enemigos son mis amigos, vaya), pero Napoleón era cualquier cosa menos tonto, y la operación también implicaba atar de pies y manos un posible ascenso libre de los estadounidenses que le pudiera hacer sombra. Al venderles la Luisiana, obligaba al nuevo estado a endeudarse hasta las cejas con los bancos, por lo que se aseguraba que no levantaría cabeza durante un tiempo más o menos largo, lo suficiente para hacerse con la supremacía mundial. Jugada maestra.

Territorio comprado a Napoleón
Napoleón, como tantas otras veces posteriormente, hizo del inconveniente ventaja y durante más de 10 años puso en jaque a todas las monarquías europeas. Unas monarquías que lo odiaban porque suponía romper el statu quo de Antiguo Régimen que pretendían mantener ad aeternum y a las cuales, a pesar de su derrota hizo entrar en la modernidad promocionando a la talla de potencia mundial unos incipientes Estados Unidos de América, que, con el devenir de los tiempos, acabarían por ser el paradigma de un nuevo tipo de sociedad que daría la vuelta a la historia.

La antigua Luisiana francesa ocupa el 22% de los EUA

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