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El triste fin del último pingüino

Alca Gigante
Siempre se nos ha enseñado que los pingüinos son unas aves acuáticas que viven en el polo Sur y cuya característica principal es que no vuelan. Sin embargo, esto no ha sido siempre así y, de hecho, el nombre de "pingüino" proviene de un ave de similares características a los de los actuales, pero que vivió hasta no hace mucho en las aguas del Atlántico Norte. ¿Se imaginan porqué desapareció? Efectivamente, porque habían pocos. Esto, que pudiera parecer una perogrullada, no lo es tanto porque éste sutil detalle se convirtió justamente en el motivo de su desaparición total y absoluta a mediados del siglo XIX. A continuación le explicaré la triste historia del Gran Alca, el último de los pingüinos.

Dibujo s. XIX
El Gran Alca, Alca Gigante o Pingüino (Pinguinus impennis) único representante del género "Pinguinus" y pariente cercano de las actuales alcas, era un pájaro que vivía en aguas del Atlántico Norte y que destacaba por su incapacidad de volar pero que nadaba de maravilla. Esta capacidad le permitía vivir exclusivamente en el agua, donde se alimentaba de pescados que cazaba con su pico (ver Capelines o la pesca más fácil), saliendo a las costas rocosas de las islas del Atlántico, simplemente para reproducirse.

Exposición actual
Su porte era erguido, de entre 70 cm y 1 m de altura, unos 5 kilos de peso, con plumaje negro y vientre blanco y con una característica mancha blanca en la frente, que los hacía inconfundibles. De hecho, fue este detalle el que le dio el nombre de "pingüino", ya que el nombre procede del gaélico (ver El gaélico irlandés o cuando ser Idioma de Estado no evita el declive) "pen gwyn" (cabeza blanca) y fue bautizado así. Los marinos ingleses, al ver pájaros similares en el hemisferio Sur, les dieron el mismo nombre, si bien no tienen nada que ver con ellos al ser su similitud física el resultado de una convergencia evolutiva.

Reproducción de un huevo
La vida de esta ave era todo lo plácida que pudiera ser la vida en las gélidas aguas entre América y Europa y era incluso conocida por los romanos, ya que se dejaba ver incluso en el Mediterráneo Occidental, donde se desplazaba a invernar gracias a su gran habilidad natatoria. Sin embargo, tenía un pequeño inconveniente: era fácil de cazar y ponía un único huevo de hasta 13 cms de largo, lo cual lo hacía un bocado apetitoso.

Zona de distribución
Los Gran Alcas, por esta facilidad, eran cazados profusamente en toda la zona de cría (llegaba incluso a criar en el Cantábrico) e incluso los indios americanos de la costa este de Estados Unidos lo cazaban ceremonialmente desde Florida hasta Terranova. Ello produjo que a partir del siglo XVI, la especie no fuera muy boyante, pero aún así aguantaba como buenamente podía. Sin embargo, a partir del siglo XVII, empezó a ser depredado por los marinos tanto para comer como por sus plumas, que eran especialmente interesantes para la confección de sombreros, lo cual hizo que en 1794 se prohibiera en Gran Bretaña su caza con este fin... lo cual fue, irónicamente, su perdición.

Alca apolillándose
Al conocerse la escasez de este tipo de ave, los museos y coleccionistas se lanzaron en tropel a conseguir tanto ejemplares como sus huevos, con el fin de poderlos mostrar en sus respectivas colecciones. Lo más gracioso del asunto fue que en ningún caso se pretendían mostrar vivos, por lo que matarlos fue una condición sine qua non para poderlos adquirir, ya que se conservaban disecados, con sus esqueletos montados o bien con sus vísceras en alcohol. Los furtivos se lanzaron a la caza del Gran Alca como pirañas sobre la carne sangrienta.

Pero como cuando todo va mal siempre hay margen para empeorar, la mayor colonia islandesa en la que se refugiaban -unos 50 individuos, no se piense-, la rocosa e inaccesible isla Geirfuglasker (la isla del Gran Alca, en islandés), hacia 1830 sufrió una erupción volcánica que hizo desaparecer directamente la isla bajo el océano (ver Surtsey, el nacimiento de una isla), obligando a los pocos alcas gigantes supervivientes a trasladarse a otras islas cercanas. El problema fue que eran accesibles para el ser humano... y ya puede imaginar lo que pasó: 24 muertos en el primer año, 18 en el segundo... y así hasta acabar con ellos.

Ejemplares jóvenes
Para más inri, en 1840, unos marinos pillaron uno vivo aislado en Stac an Armin, una isla de la costa escocesa. Lo mantuvieron vivo durante tres días, pero se levantó un temporal tremendo que azotó fuertemente la isla. Los marinos, supersticiosos como ellos solos, pensaron que el pobre alca había provocado la tormenta por brujería, por lo que no se lo pensaron dos veces y mataron al inocente bichejo a bastonazos. Fue el último testimonio de alcas gigantes en las islas británicas.

Isla Eldey
El 3 de julio de 1844, los dos últimos pingüinos verdaderos fueron cazados en la isla Eldey (Islandia). Esta última pareja, muerta por estrangulamiento, estaba incubando, por lo que había un huevo en su nido en el momento de matarlos. Como no podía ser de otra forma, uno de los furtivos lo pisó mientras intentaban pillar a los adultos. Como diría Rajoy: fin de la cita.

Desde entonces no se han vuelto a ver Alcas Gigantes, por lo que se dio por extinguida la especie, si bien hubo un avistamiento esporádico en 1852 y otro tan tarde como en 1929, pero sin prueba material de su existencia.

Cráneo de un Alca Gigante
En la actualidad existen en museos y colecciones 75 huevos, 24 esqueletos completos y 81 pieles como pruebas de la existencia del Gran Alca. Los cuerpos de los dos últimos desaparecieron, si bien hay sospechas fundadas para pensar que corresponden a los ejemplares que hay hoy en día en Los Ángeles y en Bruselas. Las vísceras se encontrarían en alcohol en el Museo de Zoología de Copenhague.

Resulta indignante ver como, justamente por su escasez, las instituciones que deberían haberlos salvaguardado para la humanidad se dedicaron a propiciar la caza salvaje de los indefensos Alcas Gigantes con el fin de poderlos mostrar convenientemente disecados y apolillados en la polvorosa vitrina de un museo (ver La olvidada y esperpéntica peripecia de El Negro de Banyoles). Tal vez ello nos tendría que hacer ver que, si bien la tarea de museos y zoológicos es muy necesaria como fuente de conocimiento, lo realmente prioritario para la humanidad es mantener nuestro planeta en condiciones para que no se produzcan más inútiles y gratuitas extinciones. Esperemos que aprendamos de estos errores aunque, desgraciadamente y viendo el actual ritmo de extinciones, mucho me temo que no lo estamos consiguiendo.


El triste fin del último pingüino

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