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La muerte de los toros.

Si hay algo que no se puede negar es el arte al artista, y el torero lo es. Si hay algo contra la cual ha de luchar toda la sociedad sin excepción es contra la violencia, y los toros lo son. Este es el gran debate que ocupa apasionadamente a los antitaurinos y protaurinos en Catalunya durante estos días. Polémica tanto más agria cuanto, una vez más, los nacionalismos español y catalán han utilizado esta tradición para llevar el agua al molino de su conveniencia dejando en segundo término las razones objetivas que existen tanto para su conservación como para su abolición. Como pasa siempre, y en los toros no iba a ser una excepción, ni todo es "ensabanado"(blanco), ni todo es "zaíno" (negro).

Catalunya en general, y Barcelona en particular, tiene una gran tradición taurina que no se puede negar sin cerrar los ojos a tradiciones, muchas veces centenarias, tales como los Correbous de Cardona, Amposta, Badalona, Santpedor o Vilanova i La Geltrú. En Barcelona ciudad, la primera plaza de toros -El Torín- se construyó en 1834 y estuvo en funcionamiento en solitario hasta que se construyó la plaza de Las Arenas (1900), ya que aquella se había quedado pequeña. Tanta afición había que se tuvo que hacer una tercera en 1914, la Monumental, funcionando todas hasta 1923. Vistos estos antecedentes, decir que los toros no son tradición catalana es equivalente a decir que el fútbol tampoco lo es.

Sin embargo, hemos de tener en cuenta que los toros provienen de una época en que era todo muy diferente a la actualidad. En aquellos entonces, el deporte tal y como lo entendemos hoy no existía, tampoco existían los fines de semana -se trabajaba todo el año de sol a sol-, la sociedad era eminentemente rural, y no había ninguno de los entretenimientos masivos que existen en la actualidad. Si a todo esto añadimos una sociedad dura, en que las fiestas patronales eran de los pocos eventos que aligeraban el sufrimiento diario, que el trato con los grandes animales era diario, y que la vida humana tenia tan poco valor como la de los animales, se entiende la progresión ascendente de los espectáculos taurinos en Catalunya.

Ahora, la sociedad ha cambiado totalmente, la gente coge un coche y se va a 200 kms a pasar la mañana, la televisión emite más de 40 canales, la radio emite las 24 horas, se organizan conciertos multitudinarios y se practican decenas de deportes de equipo que ocupan a centenares de miles de personas cada día. Si añadimos el cine, las videoconsolas y los ordenadores, el horizonte del ocio se extiende hasta el infinito y más allá, dejando a los toros como relicto "demodé" de tiempos pasados.

El problema añadido de los toros es que, en el caso de las corridas, sobretodo, el espectáculo es sangriento, y lo que otrora era una cosa habitual (en cada casa se mataban conejos, pollos y cerdos para autoconsumo), que "adecentaba" y elevaba a la categoría de arte el sacrificio de un animal -porque se consumía, en ningún caso se tiraba-, ahora ha quedado transformado en algo bárbaro y sin sentido.

Atrás quedaron las épocas en que los caballos salían ante los toros sin petos y quedaban despanzurrados en medio de la plaza entre los vítores de 20.000 personas.  La misma sociedad, en el proceso de "feminización" en que está inmersa desde hace décadas -auge de la expresión libre de los sentimientos y de la empatía conjugada con un descenso notable de la violencia- ya obligó a poner petos a los caballos, prohibió el acceso a niños y otras medidas similares. Los caballos, encima, eran cada vez más escasos y el precio podía superar el del propio toro. Todo ha cambiado.

La sociedad, por suerte, ha evolucionado, y los toros no tienen sentido en una sociedad cada vez más pacifista y no violenta. La fiesta sólo puede existir en la medida que se adapte a las reglas que la misma sociedad que la promovió imponga, modificándola y posiblemente desvirtuándola hasta que sea prácticamente irreconocible a lo que conocemos hoy como "toros". A parte queda la utilización partidista de los toros por extremistas de uno y otro color, que lo único que ha hecho ha sido prolongar una agonía de un espectáculo que está estoqueado y herido de muerte pero que se resiste a morir. Ya lo dijo un aficionado el domingo en la Monumental: "muchos gritos y muchas banderas, pero desgraciadamente somos cuatro".

Y es que, ¿cómo pretendemos que a nuestros hijos les guste la muerte de un toro en directo, si sólo conocen los pollos a l'ast y tienen un conejo como mascota?

Imposible.

Esto es lo más parecido a un toro que ha tocado la gente.

Comentarios

Alstan ha dicho que…
La frase que has escogido de este aficionado taurino, resume a la perfección la situación actual en el mundo de los toros:

ruido, banderas y poco apoyo real.

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